Urabá se consolida como un polo de desarrollo para Antioquia. Entretanto, la inequidad, la pobreza y la violencia se pasean sin remedio por sus tierras fértiles y peligrosamente atractivas.

Todo podría ser mejor en Urabá y sus habitantes serían tal vez los más felices del país.

Desde hace muchos años se viene hablando de Urabá como la mejor esquina de Colombia y de toda la prosperidad, de todo el bienestar social y el desarrollo económico favorable de la economía de los que sería objeto la región. Esto hizo que el valor de esta tierra prometida, como la llamaban los feroces Katíos, creciera por encima del mil por ciento; tierras en la que viven más de un centenar de pueblos indígenas y afrocolombianos, dueños ancestrales que cuentan con titulación colectiva.

A sus habitantes les han prometido de todo: una agroindustria fortalecida y comercio próspero acordes con la biodiversidad de la región, un gran puerto marítimo, zona franca, una planta de aluminio, explotación de carbón y petróleo, una sede enorme de la Universidad de Antioquia, doble calzada Medellín-Turbo, canal interoceánico seco, vía panamericana, interconexión eléctrica con Centroamérica, ferry Panamá-Urabá, agua potable, suficientes redes de acueducto y alcantarillado, supresión de la miseria, eliminación de la malaria y el paludismo, y una región libre de narcotráfico, sin problemas de despojo de tierras y cero presencia de grupos armados ilegales. Buenas intenciones, sí, pero estos anuncios no han pasado de ser eso, anuncios.

Entre los ofrecimientos más recientes, mencionados en la campaña a la Gobernación por el entonces candidato Luis Alfredo Ramos Botero, están los grandes megaproyectos para Urabá, ninguno de los cuales ha comenzado. “Este es el gobierno de las vísperas de mucho y de la fecha de nada. Esta es la hora que ninguna de las grandes obras prometidas a todos los antioqueños ha iniciado”, manifestó en este sentido el diputado Jorge Gómez.

Penurias

No se ven las obras, pero sí gente con hambre habitando, invadiendo o huyendo de estas cotizadas tierras. Algunas obras ya perdieron sentido: sí hay carbón, pero el manto está profundo, contaminado con azufre y al explotarlo se correría un grave riesgo ambiental en la Serranía de Abibe. Sí hay aluminio, pero la multinacional brasilera Vale do Rio Doce ya no quiere montar su gigantesca planta en Urabá porque cayó el precio de este metal. Y el canal de Panamá ampliará su capacidad, entonces un canal seco no es atractivo para las grandes navieras.

Por otro lado está el tema social. Según un estudio de la Universidad de Antioquia, entre 2005 y 2009 Urabá presentaba un consolidado de inseguridad alimentaria, hambre y desnutrición aguda del 77.8%. El Plan Departamental de Desarrollo 2008-2011 de la Gobernación de Antioquia señalaba como principal logro el combatir el círculo vicioso de la pobreza y la miseria en el Departamento. En lo que se refiere a Urabá (región con un déficit de 8.500 viviendas), esta condición ha permanecido invariable en los últimos tres años y medio: de los 520 mil habitantes de esta región, el 26.2% está en la pobreza y el 68.8% en la miseria (muchos de ellos viven en casas de bahareque con piso de tierra), según una encuesta de calidad de vida elaborada en 2009 por el Área Metropolitana, la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia.

La Agencia Presidencial para la Acción Social y la Cooperación Internacional en Urabá señaló que 25 mil reclamaciones se han realizado en sus oficinas sobre hechos violentos ocurridos en los once municipios del Urabá antioqueño y los tres del Urabá chocoano en los últimos años, “convirtiendo la zona en la más violenta del país”.

“Generar condiciones de seguridad, justicia y orden público en Antioquia”, fue una de las cinco líneas estratégicas planteadas por el gobierno Ramos y que no se cumplirá, por lo menos no en Urabá, debido a la complicada situación actual de orden público que allí se vive. “Difícil que eso pase en este Gobierno que ha aumentado la pobreza, el desempleo y las desigualdades”, señaló al respecto el diputado antioqueño Héctor Jaime Garro Yepes.

El panorama es poco alentador. Hay mucho por hacer en Urabá, pero su gente, seguro, quiere más acciones y menos promesas.

Proyecto final


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